Historia sin final...
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Historia sin final...
Reni Miér Mar 31, 2010 6:57 am
"Una historia sin final…"
Capítulo 1
Despertó bruscamente. Había tenido una pesadilla…
Aún descalzo bajó la escalera y abrió el frigorífico, casi vacío, en busca de algo con lo que saciar su apetito. Nada, como siempre. Esta vez buscó en la despensa. ¿Por qué lo hacía, aún sabiendo que sólo contraría legumbres y pasta para cocinar? Revolvió entre las bolsas y cajas vacías. Tan solo encontró una caja de galletas, caducadas. La lanzó al cubo de basura, rebosante, y se marcó un triple.
Mientras se quitaba la camiseta de tirantes y se cambiaba de ropa interior, apuntó mentalmente que debería salir a comprar algo... y luego tal vez arreglar la .
Abrió el armario de par en par y cogió una camiseta de botones negra y unos pantalones, anchos, también negros. Tras calzarse sus deportivas oscuras habituales, fue al baño a peinarse; unos segundos con la cabeza bajo la ducha le sobraban. Sacudió la cabeza y se miró en el espejo. Bien. Como siempre, dejaría secar su pelo al aire.
Al pasar por la cocina se paró en seco y miró al techo. No recordaba dónde había puesto las llaves del coche… Dio marcha atrás y se dirigió al montón de ropa sucia que había en el rincón del baño. Tras destripar los bolsillos de varios pantalones, las encontró. Las colgó de su dedo índice y mientras salía de , cerrando la puerta, y se dirigía al coche, un Opel Corsa gris, se entretuvo dando vueltas a las llaves.
Pensando en las musarañas, subió y arrancó el coche. Recordó ponerse el cinturón, estaba cansado de los avisos de la Dirección General de Tráfico… miró a su izquierda y, aprovechando la ausencia de tráfico, salió a su carril.
Diez minutos después llegaba al supermercado. Allí se encontró con un amigo con el que charló durante media hora, pues hacía bastante que no lo veía. Se despidió y entró entre los detectores antirrobo. Mientras pensaba que aquello era una gilipollez, que la gente se los saltaba como quería, metió las dos manos en los bolsillos buscando su cartera. ¡Mierda! Se la había dejado en la mesilla…
De uno de los bolsillos sacó un par de monedas, que aprovechó para gastar algo para el camino.
Capítulo 1
Despertó bruscamente. Había tenido una pesadilla…
Aún descalzo bajó la escalera y abrió el frigorífico, casi vacío, en busca de algo con lo que saciar su apetito. Nada, como siempre. Esta vez buscó en la despensa. ¿Por qué lo hacía, aún sabiendo que sólo contraría legumbres y pasta para cocinar? Revolvió entre las bolsas y cajas vacías. Tan solo encontró una caja de galletas, caducadas. La lanzó al cubo de basura, rebosante, y se marcó un triple.
Mientras se quitaba la camiseta de tirantes y se cambiaba de ropa interior, apuntó mentalmente que debería salir a comprar algo... y luego tal vez arreglar la .
Abrió el armario de par en par y cogió una camiseta de botones negra y unos pantalones, anchos, también negros. Tras calzarse sus deportivas oscuras habituales, fue al baño a peinarse; unos segundos con la cabeza bajo la ducha le sobraban. Sacudió la cabeza y se miró en el espejo. Bien. Como siempre, dejaría secar su pelo al aire.
Al pasar por la cocina se paró en seco y miró al techo. No recordaba dónde había puesto las llaves del coche… Dio marcha atrás y se dirigió al montón de ropa sucia que había en el rincón del baño. Tras destripar los bolsillos de varios pantalones, las encontró. Las colgó de su dedo índice y mientras salía de , cerrando la puerta, y se dirigía al coche, un Opel Corsa gris, se entretuvo dando vueltas a las llaves.
Pensando en las musarañas, subió y arrancó el coche. Recordó ponerse el cinturón, estaba cansado de los avisos de la Dirección General de Tráfico… miró a su izquierda y, aprovechando la ausencia de tráfico, salió a su carril.
Diez minutos después llegaba al supermercado. Allí se encontró con un amigo con el que charló durante media hora, pues hacía bastante que no lo veía. Se despidió y entró entre los detectores antirrobo. Mientras pensaba que aquello era una gilipollez, que la gente se los saltaba como quería, metió las dos manos en los bolsillos buscando su cartera. ¡Mierda! Se la había dejado en la mesilla…
De uno de los bolsillos sacó un par de monedas, que aprovechó para gastar algo para el camino.
Última edición por Ren el Miér Mar 31, 2010 7:26 am, editado 2 veces
Reni- Cereal Guy
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Localización : El Lago n.n -
Capítulo 2
Reni Miér Mar 31, 2010 7:00 am
Capítulo 2
Abrió la puerta del coche, se sentó en el asiento del piloto y se desperezó, bostezando. Otra vez se abrochó el maldito cinturón y arrancó. El aperitivo que se había comprado le duró poco.
A mitad de camino, paró en un semáforo. Durante unos minutos se quedó pensando en que podría reconciliarse con su familia, pues a decir verdad los echaba de menos… Tan absorto estaba entre sus pensamientos que se olvidó del resto de conductores, que al ver el semáforo en verde, apretaron el claxon esperando que él abriese el paso.
Pegó un brinco al volver al mundo real, y se apresuró a acelerar, dejando atrás los semáforos. De pronto una idea le vino en mente…
Sacó el móvil, sin perder de vista la carretera, y marcó el número. Contestó quien se esperaba, su madre, que se asombró de que la hubiese llamado y con aparente molestia le preguntó qué quería. Durante un momento, él bajó la vista, y cuando iba a contestarle para qué la llamaba, sus reflejos le hicieron volver rápido los ojos hacia la carretera y pisar a fondo el freno.
El móvil salió despedido y cayó a sus pies. El golpe había sido desde la izquierda, por la parte delantera, por lo que el cinturón que había evitado que saliese volando, aunque lo dejó sin respiración, no pudo evitar que se golpease la cabeza contra el cristal de la ventanilla. El otro coche se había saltado el semáforo, y tal vez él hubiese podido esquivarlo si no se hubiese distraído.
Su Opel, con el morro semidestrozado, había patinado por la carretera y había acabado en el centro del cruce, donde había partido la valla blanca y roja que cortaba el paso a la vía.
El incesante pitido que avisaba de la proximidad del tren, junto con el sonido de los cláxones de un par de coches, incluido el suyo, lo sacó de su inconsciencia. Se llevó la mano derecha a la cabeza, donde tenía una brecha que dejaba caer un río de sangre que le impedía abrir el ojo izquierdo. Miró sus dedos, manchados con el líquido vital. Podía oír, entre todo aquel sonido enloquecedor, cómo su madre gritaba a través del teléfono; pidiéndole que le respondiese, llorando y gritando su nombre sin cesar.
Abrió la puerta del coche, se sentó en el asiento del piloto y se desperezó, bostezando. Otra vez se abrochó el maldito cinturón y arrancó. El aperitivo que se había comprado le duró poco.
A mitad de camino, paró en un semáforo. Durante unos minutos se quedó pensando en que podría reconciliarse con su familia, pues a decir verdad los echaba de menos… Tan absorto estaba entre sus pensamientos que se olvidó del resto de conductores, que al ver el semáforo en verde, apretaron el claxon esperando que él abriese el paso.
Pegó un brinco al volver al mundo real, y se apresuró a acelerar, dejando atrás los semáforos. De pronto una idea le vino en mente…
Sacó el móvil, sin perder de vista la carretera, y marcó el número. Contestó quien se esperaba, su madre, que se asombró de que la hubiese llamado y con aparente molestia le preguntó qué quería. Durante un momento, él bajó la vista, y cuando iba a contestarle para qué la llamaba, sus reflejos le hicieron volver rápido los ojos hacia la carretera y pisar a fondo el freno.
El móvil salió despedido y cayó a sus pies. El golpe había sido desde la izquierda, por la parte delantera, por lo que el cinturón que había evitado que saliese volando, aunque lo dejó sin respiración, no pudo evitar que se golpease la cabeza contra el cristal de la ventanilla. El otro coche se había saltado el semáforo, y tal vez él hubiese podido esquivarlo si no se hubiese distraído.
Su Opel, con el morro semidestrozado, había patinado por la carretera y había acabado en el centro del cruce, donde había partido la valla blanca y roja que cortaba el paso a la vía.
El incesante pitido que avisaba de la proximidad del tren, junto con el sonido de los cláxones de un par de coches, incluido el suyo, lo sacó de su inconsciencia. Se llevó la mano derecha a la cabeza, donde tenía una brecha que dejaba caer un río de sangre que le impedía abrir el ojo izquierdo. Miró sus dedos, manchados con el líquido vital. Podía oír, entre todo aquel sonido enloquecedor, cómo su madre gritaba a través del teléfono; pidiéndole que le respondiese, llorando y gritando su nombre sin cesar.
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Re: Historia sin final...
Reni Miér Mar 31, 2010 7:04 am
Capítulo 3
Buscó el aparato, sin éxito. Tenía la vista borrosa y estaba temblando. De repente todo cesó. El sonido, el ruido de los cinco coches que habían implicados en el accidente se amortiguó. El dolor remitió, aguantó la respiración. Todo salvo las luces del tren que se aproximaba por las vías, delante suya, se oscureció y difuminó; y el tiempo pareció ralentizarse. Sus ojos se abrieron desmesuradamente, y pudo ver a través del manto de sangre que cubría su ojo izquierdo, las luces de la muerte.
Las manos no le respondían. Ahora, el hecho de no poder respirar no se debía al cinto, sino al puro pánico que sentía. Cuando por fin sus dedos rozaron el botón para soltar el cinturón, lo apretó con fuerza, pero sin resultado. Una vez más, y otra, y otra… Cuando lo intentó ya incontables veces, resistiéndose a la rendición, comprendió que aquella cinta negra sería su perdición, sus grilletes en la silla eléctrica, la cuerda que sesgaría su vida si de la horca se tratase.
Pero se negó; negó con la cabeza, y negó con un hilo de voz, hasta que se convenció a sí mismo. Se dijo que no sería allí, que no perdería su vida, lo único que ahora tenía, por un despiste de mierda.
No acabaría allí, hecho un amasijo de carne por culpa de un imbécil que probablemente iría bebido, con el traje arrugado, olor a whisky, y una sonrisita de capullo pintada en la cara.
Tiró con todas sus fuerzas, asfixiándose a sí mismo. De nuevo sin éxito. El tren se encontraba ya a un par de cientos de metros. Una nueva idea pasó por su cabeza. Agarró un trozo de cristal de la ventanilla y lo apretó con fuerza, cortándose los dedos y la palma de la mano, y lo rozó con fuerza intentando cortar la cinta, apresuradamente.
Apenas le quedaba un cuarto de la cinta que cortar cuando oyó el sonido de la muerte; el pitido ensordecedor del tren, el chirrido de los frenos que no harían su cometido. Sólo entonces aceptó su derrota. Soltó un leve “OS QUIERO” para sus seres queridos y se dejó caer en el asiento. Cerró los ojos y gastó su último aliento en un grito que quedaría en la mente de los transeúntes, que, impotentes contemplaban la escena. Y se acabó.
Me hubiese gustado decir que todo había sido una pesadilla, pero sería mentir, volver a empezar de cero para obtener el mismo final.
Buscó el aparato, sin éxito. Tenía la vista borrosa y estaba temblando. De repente todo cesó. El sonido, el ruido de los cinco coches que habían implicados en el accidente se amortiguó. El dolor remitió, aguantó la respiración. Todo salvo las luces del tren que se aproximaba por las vías, delante suya, se oscureció y difuminó; y el tiempo pareció ralentizarse. Sus ojos se abrieron desmesuradamente, y pudo ver a través del manto de sangre que cubría su ojo izquierdo, las luces de la muerte.
Las manos no le respondían. Ahora, el hecho de no poder respirar no se debía al cinto, sino al puro pánico que sentía. Cuando por fin sus dedos rozaron el botón para soltar el cinturón, lo apretó con fuerza, pero sin resultado. Una vez más, y otra, y otra… Cuando lo intentó ya incontables veces, resistiéndose a la rendición, comprendió que aquella cinta negra sería su perdición, sus grilletes en la silla eléctrica, la cuerda que sesgaría su vida si de la horca se tratase.
Pero se negó; negó con la cabeza, y negó con un hilo de voz, hasta que se convenció a sí mismo. Se dijo que no sería allí, que no perdería su vida, lo único que ahora tenía, por un despiste de mierda.
No acabaría allí, hecho un amasijo de carne por culpa de un imbécil que probablemente iría bebido, con el traje arrugado, olor a whisky, y una sonrisita de capullo pintada en la cara.
Tiró con todas sus fuerzas, asfixiándose a sí mismo. De nuevo sin éxito. El tren se encontraba ya a un par de cientos de metros. Una nueva idea pasó por su cabeza. Agarró un trozo de cristal de la ventanilla y lo apretó con fuerza, cortándose los dedos y la palma de la mano, y lo rozó con fuerza intentando cortar la cinta, apresuradamente.
Apenas le quedaba un cuarto de la cinta que cortar cuando oyó el sonido de la muerte; el pitido ensordecedor del tren, el chirrido de los frenos que no harían su cometido. Sólo entonces aceptó su derrota. Soltó un leve “OS QUIERO” para sus seres queridos y se dejó caer en el asiento. Cerró los ojos y gastó su último aliento en un grito que quedaría en la mente de los transeúntes, que, impotentes contemplaban la escena. Y se acabó.
Me hubiese gustado decir que todo había sido una pesadilla, pero sería mentir, volver a empezar de cero para obtener el mismo final.
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