Asesino VII

Ren no pareció sorprenderse demasiado por la mañana, cuando fueron todos, con inquietud, a la cocina para comer algo.
Tal vez fue eso lo que hizo que acabara como acabó.
Terek ahogó un grito, que se congeló en una garganta congestionada en una emoción que acabó quitándole la fuerza de las rodillas y saliendo por su ojos. Y de rodillas en el suelo, sus hombros se convulsionaban. Una Tana temblorosa se mordía el labio inferior, cerrando los ojos, para no ver una escena tan macabra. Jack, preocupado, miraba a unas o otra, buscando en una de ellas al maquiavélico asesino que había hecho todo aquello.. porque ahora eran sólo cuatro… y la asesina debía de ser una de ellos.
Tana acabó no soportando los sollozos de Terek, y se agachó junto a ella, intentando consolarla. Ren fue al armario a buscar algo de desayuno.
- ¿Tanto lo odiabas, Ren? – Murmuró Terek, en un tono que todos pudieron oír, a duras penas, pero pudieron oír -. ¿Tanto… como para esto?
Tana miró a Ren de forma extraña. Sabía que no se habían llevado bien nunca, habían peleado muchas veces, y en la base todos sabían que Allen, a Ren, no le caía ni podría caerle bien.
Ren sacó un bote de café del armario en el que estaba buscando. Miró a Terek, muy seria.
- ¿En serio pretendes echarme las culpas, Terek?
Dijo su nombre ocn un tono escalofriante. Terek, con lágrimas en los ojos, se puso de pie.
- Sé que tenías algo pensado desde que llegaste aquí hace dos años. Has ido medrando mi esperanza porco a poco. Mataste a Kiba y con eso me arrebataste a Tana, que antes de todo esto era mi mejor amiga, y ahora sólo tiene ojos para ti – Tana fue a replicar, pero Terek siguió -. Mataste a Ali, y estropeaste el helicóptero, para que no pudiéramos salir de aquí… y aprovechate la rabia de Jack para cargar contra Michell… y ahora matas a Allen… -. Tuvo que callar un momento, con la emoción en la garganta -… sé que yo soy la siguiente, así que… ya puedes hacerlo.
Terek extendió los brazos, dejándose al descubierto por completo.
- Estás loca – Dijo Ren con desprecio.
De rponto le llovió un puñetazo que no supo de dónde había venido. Al incorporarse vio que había sido de Jack.
- Tú… tú estás con ella, ¿verdad?
- Yo no estoy con nadie, zorra – Dijo-. Pero escudarte en la pobre Tana… todo este tiempo…
Hizo un ademán de soltarle otro puñetazo, pero el brazo de Terek lo detuvo.
- Déjala, Jack. Esto ya se ha convertido en algo entre ella y yo – el semblante de Terek se había vuelto más que sombrío -. Se han acabado tus fechorías, Ren.
Evidentemente, cuando Terek cargó contra Ren, ésta se defendió. Jack apartó a una incrédula Tana, para evitar que se hiciera daño. Estuvieron peleando mucho rato. En un momento dado, Terek coció el loro con los dedos, que habían caído al suelo, y se lo metió todo en la boca a Ren, que se atragantó con un meñique. Al caer al suelo, se golpeó la nuca con el escalón de entrada a la cocina.
- Una muerte digna de un asesino tan cruel, sin duda –dijo Jack
- Una muerte muy patética creo yo – Dijo Terek.
Tana lloraba. Terek la cogió de los hombros y la llevó a su habitación. Cuando no le quedaron más lágrimas, se quedó dormida. Terek la dejó en la cama y, con una extraña sonrisa, susurró “mi turno”, y con esa misma sonrisa, fue a buscar a su “queridídismo señor Jack”

***

Cuando Tana despertó, su cama estaba llena de dedos ensangrentados. En la silla del escritorio, girada hacia ella, jugueteando con un cuchillo todavía sucio, estaba Terek.
- Buenos días, preciosa.
- ¿qué?¿Terek?¿Qué es esto?
- ¿Los dedos? Son de Jack, evidentemente.
- Jack…
- Nuestro señor Jack está muerto, sí, si es eso lo que preguntas.
- ¿Qué?¿Eras tú?¿Por qué?
- Me sorprende bastante que hayas llegado hasta el final, la verdad. Supongo que tu papel de niña inocente y llorona te ha servido bastante.
- Pero…
- De todas formas, tampoco importa mucho ya.
- Pero… Teresa, ¿por qué?
Una sonrisa burlona se asomó por la comisura derecha de Terek.
- Cerebros humanos. Así de simple. Incluso los cerebros humanos muertos me son más útiles que los de esos tiburones. Cuando tiré a Kiba a Etna lo confirmé definitivamente, son tan asquerosamente instintivos que no nos sirven para nada en nuestros experimentos. El olor de la sangre les puede, como a mí.
- Pero…
- Sí, la verdad es que pensaba que no tardarías demasiado en adivinarlo… os he dejado pistas y no habéis caído… Ha sido tan divertido…
- Terek…
- Al fin y al cabo tú también me dijiste alguna vez que me iba a quedar sin dedos de tanto morderme las uñas… y mira, al final todos os habéis quedado sin dedos… y yo tengo dedos de más – Soltó una carcajada, como si aquello fuera un chiste nada más.
- Pero Terek…
- Me he cansado de tanta cháchara. Calla.

>> Dime, Tana…

… ¿cómo prefieres morir?